Sin saber muy bien hacia dónde va, ni con quién va, ni por qué va, sin importarle mucho siempre que sea hacia delante, hacia delante, hacia delante, siempre hacia delante. Javier Cercas, "Soldados de Salamina".

miércoles, 2 de marzo de 2011

El Largo Camino A Casa

   Todavía es de noche, pero una tenue luz se va abriendo camino en la oscuridad. Hace frío y las calles, aún iluminadas por las farolas, se van despertando lentamente. La ciudad se recorta en el horizonte a medida que va saliendo el sol, mostrando su perfecta arquitectura sobre un cielo celeste y dorado que en poco tiempo será de un azul intenso. El skyline, como lo llaman los angloparlantes, se desdibuja desde el interior de los vehículos y trenes que van pasando a toda velocidad. Comienza un nuevo día.

   Baja del autobús dos paradas antes de lo habitual, el viaje de regreso ha sido pesado e inquieto. Cansado del ajetreo de la noche, no tiene prisa por volver a casa. Mientras camina, aspira el aire fresco de la mañana; hace tanto tiempo que no disfruta de el. Todas esas mañanas perdidas—piensa—, levantándose al alba para ir a trabajar a un lugar en el que se siente agobiado, sin un horario fijo de salida, con gente con la que no se identifica, desempeñando un trabajo que no le termina de gustar. El precio a pagar por un estatus de vida.

   Todos se sorprendieron cuando se enteraron. Decían que estaba loco por dejar un trabajo tan bien remunerado en los tiempos que corren, con lo difícil que es encontrar un buen empleo—mascullaban—. Algunos vecinos  y conocidos se paran a saludarle, sabe  que hablan de él a sus espaldas,  tal vez hasta se ríen,  se da cuenta por la forma en que se dirigen a él, con sorna a veces, otras preguntando con curiosidad fingida como le va en su nuevo trabajo. Recordaba como alguien le dijo una vez que Caín había nacido en esta tierra. La verdad es que no le importa demasiado lo que digan o piensen, está feliz por haber tomado esa decisión.

   Una mañana en que el tráfico era lento, hastiado de la misma rutina de todos los días, iba a llegar tarde de todas formas y se paró para tomar un café. Entonces descubrió aquel anuncio en el que buscaban un músico para tocar en una orquesta de Jazz;  ganaría menos y tocaría cinco noches a la semana en un club, nada que ver con su oficio  pero el jazz era su pasión, su música preferida; desde que una vez, de niño, lo descubriese viendo tocar a una orquesta aquellos ritmos tan complejos; hasta había aprendido a tocar el clarinete con bastante soltura, afición que nunca dejó de practicar y que era lo mejor que sabía hacer. Aquella tal vez fuese su oportunidad, lo que realmente estaba buscando. Estaba en una disyuntiva y tras meditarlo durante todo el día decidió  presentarse a las pruebas de selección. No esperaba ser elegido y saltó de alegría cuando recibió la llamada anunciando que el puesto era suyo. Aceptó y comprobó que el cambio le estaba sentando de maravilla. Conectó desde el principio con su verdadera vocación, con sus nuevos compañeros, con el local, con el horario y con el público, pero sobretodo, conectó consigo mismo.
   No dijo nada a su mujer, ella no lo iba a entender y seguramente se enfadaría, debía de encontrar el momento adecuado para decírselo pero no sabía como hacerlo. Sin embargo cuando le dio la noticia, ella permaneció inalterable, se le quedó mirando y le dijo que había perdido la razón. No encontró en sus ojos rastro alguno de comprensión, ni siquiera le preguntó  porqué lo había hecho, solo se limitó a contemplarle con una extraña mueca en forma de sonrisa que le dejó una sensación de vacío en la boca del estómago. Su relación no pasaba por un buen momento, la verdad es que llevaba bastante tiempo sin que pasara nada en sus vidas. No había comunicación entre ellos. No había sido siempre así desde luego, al principio se querían, compartían cada detalle, cada mirada cómplice, cada minuto en que pudieran estar juntos; se hacían el amor, confidencias, regalos. Pero poco a poco se fueron alejando el uno del otro con los años; él empezó tener más responsabilidades, a ganar más dinero, a tener menos tiempo y ella se fue apartando de su mundo, se hizo más  fría, más distante y le empezó a tratar como a un extraño con el que una vez había tenido una vida en común y con el que ahora solo compartía una casa, algunos conocidos y poco más.

Los días se han hecho eternos desde entonces, deseando que cayera la noche para salir con premura. Cada madrugada, cuando toma el largo camino de vuelta a casa le cuesta más trabajo, no soporta la gélida soledad que le envuelve el corazón. Su vida sentimental se está echando a perder a una velocidad vertiginosa y las dudas por haber seguido el impulso de sus deseos y no lo que los demás esperan de él le empiezan a torturarle. Quizás pueda arreglarlo, Quizás pueda hablar con ella para explicarle sus razones, sus sentimientos, decirle que aún la ama y que todavía pueden curar la herida que se ha abierto entre ellos. Aprieta el paso esperando encontrarla en casa. Tal vez haya llegado el momento de que hablen.

Al entrar no hay nadie, tampoco están sus cosas, en la mesa del salón encuentra una nota en la que le comunica que lo deja. No se sorprende demasiado, tendría que haber adivinado que tarde o temprano aquello ocurriría. Tiene una extraña sensación de sentimientos encontrados, decepción, congoja y tranquilidad a la vez, tal vez sea mejor así. El cansancio le asalta de nuevo como una pesada carga que le embota la cabeza, prefiere no pensar. Los ojos se le cierran, se deja caer sobre el sofá y poco a poco se va quedando dormido.



Pepe Zaldívar
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario