Sin saber muy bien hacia dónde va, ni con quién va, ni por qué va, sin importarle mucho siempre que sea hacia delante, hacia delante, hacia delante, siempre hacia delante. Javier Cercas, "Soldados de Salamina".

miércoles, 16 de marzo de 2011

El Paciente

Entra en el hospital con la misma inseguridad que tuvo el día que fue por primera vez a la facultad y de inmediato, queda paralizado al verse inmerso dentro de una especie de autopista galáctica en la que cientos de personas deambulan arriba y abajo como si estuvieran imitando la actividad frenética e incesante de un hormiguero.

Para él, visitante inexperto, la primera sensación es la de estar dentro de un caos y le asalta un impulso repentino de salir corriendo,  pero respira hondo y decide continuar para acabar de una vez por todas con la angustia que le atenaza desde hace un mes.

Después de leer las indicaciones y de hacer algunas averiguaciones,  llega a su destino: una consulta externa de digestivo.
Cuando llega, la pequeña sala de espera está ya llena de gentes que esperan su turno. No hay ventanas, la luz cenital confiere a las caras de unos un aspecto sucio y cetrino y a las de otros, una apariencia cadavérica. La sala está situada en un sitio de paso por lo que el ir y venir de gentes es continuo.

Se sienta y se pone a leer un periódico pero el ambiente reinante le impide concentrase en las noticias y termina por dedicarse a observar a las personas que llenan la sala y a las que atiborran los pasillos.Se fija en que toda esa gente se divide en tres grandes grupos: los pacientes, los acompañantes y los que trabajan en este lugar. A estos últimos los distingue claramente por su vestimenta y por una actitud confiada, van y vienen con papeles en las manos, hablando, riendo o discutiendo como si estuvieran en sus casas. No los critica, sabe que es un mecanismo de defensa frente a tanta enfermedad y dolor. En cuanto a los acompañantes, hay que fijarse un poco mas para detectarlos, son los que llevan en sus manos los papeles necesarios de los pacientes, están atentos a la entradas y salidas del personal médico de la consulta y se encargan de hacer las preguntas si hubiera que hacerlas. Se muestran diligentes y atentos con el enfermo y se mueven como pez en el agua como si fueran auténticos expertos. Los pacientes, en cambio, suelen estar mas callados e inquietos y en su actitud se refleja una cierta regresión infantil, una especie de desamparo que les lleva a depender totalmente de su acompañante.

Piensa que es inquietante saber  que los roles de pacientes y enfermos son totalmente intercambiables y que tarde o temprano casi todos nos vemos abocados a interpretarlos.

La larga espera va cargando de tensión la sala, se oyen resoplidos, toses , carraspeos. Algunos acompañantes hablan entre sí sobre el estado de salud de sus enfermos con frases como: "es que el pobrecito mío no puede mas, casi no duerme y de comer ni te hablo" y esto lo dicen mientras sus respectivos enfermos- niños ni se miran, prefiriendo fijar sus miradas en el suelo o leer cualquier cosa que tengan a mano.

Un hilo invisible parece unir a todas estas personas a través de sus angustias y dolores. La mayoría saldrán de allí con un diagnóstico favorable, todo quedará en un pequeño susto pero la fría  estadística reserva para unos pocos la confirmación de sus malos presentimientos. Nadie quiere pertenecer a ese tanto por ciento.

De repente se abre la puerta de la consulta. Todos alzan la mirada y aparece un hombre vestido completamente de blanco con las manos en los bolsillos, que se fija en otro que está apoyado en el quicio de una puerta y le dice.

-¡Quillo Pirri que hase tu por aquí!.

-Po ya ve, que estoy hecho un higo -le dice el otro-

Intercambian algunas palabras y el de blanco vuelve a entrar en la consulta.

Todos vuelven a lo suyo, a las toses, los carraspeos y las quejas.

La puerta se vuelve a abrir y el de blanco sale de nuevo y dirigiéndose al que se apoya en el quicio le dice:
-¡Pirri, buenas noticias pisha, que la colonoscopia te la voy a hasé yo y ademá sin manos, no vea lo bién que te va a quedá!.

Poco a poco se va extendiendo por las sala una enorme carcajada. Las tensiones dejan paso a una risa sonora e histérica y enfermos y acompañantes se dan codazos mientras dicen: ¡Qué arte, pisha!.

El de blanco dice su nombre, es su turno y entra en la consulta sin poder contener la risa.
                                                                                                                           Toñi B.


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